viernes, 3 de septiembre de 2010

Despertar

Me gustaba mucho sentarme en aquella montaña, nunca hacía falta nada, estaba el viento removiendo cada vello, enchinando la piel, la luz bañaba mi sonrisa, y sentía una gran tranquilidad por dentro, una paz inquebrantable, sólida, en esa montaña no había opuestos, no existía el tiempo, el ahora era perfecto.

De vez en cuando bajaba a caminar por el pueblo, los niños sonreían y sostenían la mirada no cargaban nada en sus espaldas, no suponían ni sentían miedo, eran ojos limpios, la gente a veces los cubría con mantas y entonces ellos dormían.

La gente era agradable, otra no tanto, cada uno adoptando su personalidad, defendiendo sus gestos, me observaban poco y yo los observaba mucho, era demasiado interesante, socializaban, mucho bullicio, comercio, a veces demasiado ocupadas como para subir y sentarse en la montaña, era curioso porque adoraban a aquel gran hombre, sí, aquel que murió sin pareja, pero lleno de amor, aquel que no poseía nada pero era dueño de todo, aquel que solo pocos entendieron, y los demás lo crucificaron. No lo entendían y ahora tampoco.

Me llamó la atención que al salir de su casa todos se golpeaban la cabeza con la palma de la mano, y yo me acerqué a una mujer para despejar mi duda, pero me comentó que era una tradición y se fue, curioso fue que al salir de la posada donde solía quedarme no me golpeé la cabeza y la gente me atacó con miradas, entonces me golpeé y me aceptaron, curioso.

Muchas más tradiciones y costumbres no entendí, pero menos ideas preconcebidas y condicionadas que impedían una total plenitud en las personas.

Muchos años bajé a la comunidad, y la gente por temporadas cambiaba sus vestidos su calzado, sus necesidades, buscaba la novedad en el mercado, era divertido pasear y comprar productos, ver a cada vez más gente, presenciar sus festivales, su música, te envolvían las luces, la belleza, el ruido, la comida...

Ese frío matutino, acompañado de luz y ruido dictaba un nuevo día, la gente era otra, seria, aburrida, otra más festiva pero al final vacía, ¡que gran oportunidad! pero a la gente no le gustaba y buscaba ocuparse, entretenerse llenar ese vacío, esa paz, ese estar con uno mismo. Y yo no entendía.

Llegué a hacer algunos amigos, por aquí y por allá, de todos ellos aprendía y jamás traté de enseñarles nada, sólo les regalaba mi ser auténtico y ellos me aceptaban, mi cabeza ladeaba y mis ojos se extrañaban cuando escuchaba a amigos hablar de otros amigos, cuando me reclamaban ser amigo de otros, no entendía, hasta que vi el ego salir de sus ojos y de su mirada, como lobos, territoriales, temerosos, inseguros, agresivos, confundidos algunas veces me atacaban.

La palabra a veces mágica, era lanzada como flechas, para engañar, para herir incluso en el consejo, que cuando no es sincero lastimaba en el corazón. Curioso era que los seres más cercanos y en apariencia más queridos eran los que más te dañaban y menos te entendían, el enemigo se mostraba más sincero, te decía palabras con agresividad y te hería, ¡pero que sincero y noble! decir te voy a herir y herirte.

Los hombres se lanzaban al ruedo para poseer mujeres, las más bellas, las más impolutas, y las amaban. Después hacían ceremonias para decretar socialmente la posesión, era bonitas fiestas donde de vez en cuando se podía conocer gente y entablar pláticas interesantes.

Me llamó mucho la atención la visita de un hombre acaudalado, venía de un país libre, era querido por unas cuantas personas pero llamaba la atención de muchas más, su casa con grandes jardines, sus mujeres las más bellas, en ese gran carruaje, se detuvo y me miró, me pidió lo acompañara y me invitó los higos más dulces, los quesos más frescos y la leche más espesa y refrescante que jamás había probado, las mujeres nos rodeaban, es decir las suyas y otras que lo deseaban, en su plática era terco, narcisista, y palabreaba demasiado, era una charla con él mismo, descubrí que era preso de sus propias negaciones, y que todo lo que tenía lo sostenía en las alturas de su propio ego, era inteligente pues trató de detectar mis puntos flacos, y atacarlos, cada que me veía mejor que él, en verdad, en espiritu y en alma volteaba a sus mujeres, me ofrecía más frutos, me mostraba las telas que lo ataviaban, que increíble hombre, pues aprendí tanto de él, nos despedimos, y por ser autentico me amó, salí libre, sin mujeres, carruajes frutos ni nada, excepto percepción.

Entonces todas las enseñanzas de aquellos grandes hombres tomaban sentido, curiosamente ninguno de ellos trató de crear fama o dinero, murieron sin posesiones, fueron maestros adorados por muchos, comprendidos por pocos, amaron sin esperar, sin condición y no enseñaban nada más que, no sigas a nadie mas que a ti mismo.

No importa lo que hagan los otros; hacer lo adecuado para uno mismo es la verdad, dejar fluir la vida interior sin intervención del ego, persistir hasta ganar serenidad auténtica en todas las situaciones.

Curioso que la naturaleza une al hombre y la sociedad o educación los divide, acumulando dinero, creando clases, tejiendo vestidos para pertenecer, colgandose objetos y simples metales de valores ridículos, nosotros somos los ricos, ustedes los esclavos, allá están los criados, este vestido me distingue, hagamos reuniones para unir este pequeño grupo que divide la sociedad y la fragmenta; desnudos todos eran iguales, desnudos del alma había seres de luz que no brillaban en sociedad, no aparentaban. Y yo trataba de entender, y recibía conocimiento de aquella sociedad tan confundida: priorizaba mis necesidades, acumulaba mis dones, pulía mis pensamientos, multiplicaba mi conocimiento, cimentaba mi paz.

Los hombres confundidos creaban sectas, fundaban religiones, formaban grupos para, por medio de una fuerza externa, encontrar lo que estaba en ellos mismos; así es, esos hombres inventaban dioses y credos para adorarse a sí mismos y llevaban intentandolo por siglos llenos de guerras, odio, equivocaciones, sinsabores, avaricia, placeres y deseos vanos. Nunca se detenían en ellos mismos: estoy respirando, caminando hacia la colina, estoy ansioso, estoy en el ahora, pisé una piedra, estoy viviendo... ellos dividían, el cuerpo caminando aquí y la mente divagando por allá, y eso los hacía chocar entre ellos, tropezar, tirar cosas, reducir el tiempo, estresarse y no disfrutar del momento.


Tardé muchos años en entenderlo, busqué, busqué y busqué, puse trabas y construí puentes, pero al fin pude ser libre y vivir por encima de la montaña rusa de emociones, vivir por encima de la dicha o desdicha, por encima de la rabia, el enojo, las pretensiones, los paradigmas; vacié mi mente de ideas para recibir sólo las auténticas, y en libertad absoluta pude amar y recibir todos los dones; dejé las palabras a un lado, artilugios retóricos, habilidad para manipular, y puse la verdad en mi ser, bajé a la comunidad siguiendo su juego, con compasión, comprensión y entendimiento, la forma como me encontré a mi mismo no es la misma en la que todos se hallarán. La vida es perfecta cuando se vive, no cuando se trata de demostrar o cumplir expectativas, hay un modo de vivir donde todo sucede, un modo de vivir siempre sentado en aquella gran montaña...

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